Elisa tomó el metro. Iba nerviosa, aunque decidida. Había tomado la decisión más importante de su vida. Y se había puesto guapa, ¿cómo no? Se sentía especial, se sentía única, y aquella ocasión lo merecía. Tenía una cita. La que sería, y eso lo sabía de antemano, la cita más importante de su vida. Habría un antes y un después de aquel día. Le había costado dar ella misma el paso. Y no es porque no estuviera convencida, sino porque era su deseo que todo fuera perfecto, que el momento fuera el adecuado para ella y para todo el mundo. Así, sin dudar ni un instante, subió las escaleras que llevaban al quirófano. Elisa iba a dejar de ser Eliseo.
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