¿No me exime lo ajeno de
una acusación directa? Son daños colaterales, cariño. Eso es. La fuerza que guiaba todo lo que fuimos y
queríamos ser me empujó desde un lugar remoto, desconocido. Alguien me arrastró
hasta lo más detestable y burdo de mi ser, agarró mis manos a modo de títere y
me obligó a poseerte. Me inhabilitó. En eso consistía el juego que empezaste,
¿no? Sólo uno se quedaría con el premio, así que aquí estoy, sentada en el
sillón donde nos prometimos el mundo, triunfante mientras te observo inerte, deshecho, y sin embargo tan lleno de
vida. Tú ganas. Tu triunfo sí. Mi victoria, también.
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