Volvíamos al pueblo. Ella tenía 17 y yo creo 37, y riendo nos desafiamos a una carrera. Ella con la moto y la juventud iba ganando, y a pesar de la noche pude ver como se reía, aunque yo manejo muy bien, me iba ganando. La cornisa daba a un despeñadero. Calculé que la podía pasar en una curva mínima donde ‘la casa de la bruja‘, la bloqueé, hice derrapar el coche y la acribillé con el pedregullo del camino, ella no se despeñó porque hay dios. Cuando llegamos, ella detrás mio, y yo estaba contento porque le había ganado, se tiró de la moto y mientras me pegaba, llorando, me gritaba: Idiota, mal parido, no podés jugar en serio.
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