Receta. Se empieza con muchos años de menosprecio, seguido de unos cuantos meses de humillaciones en público. A continuación, se mezclan los típicos gritos amenazadores aderezados con insultos de lo más vejatorios. Justo después, no pueden faltar decenas de bofetadas rosadas, que poco a poco, y bien agitadas, destilan en puñetazos rojos de odio. Para acabar, el toque definitivo: un aliño de sangre caliente que acompaña, fielmente, a las últimas palizas de heridas incurables. Y, voilà, ya tenemos al más rastrero de los cobardes observado, lastimosamente, por un cielo infinito repleto de lágrimas inocentes.
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