Ella hace malabares con su vida. Cada
mañana madruga a cargar su indumentaria: unas bolas, unos bates y muchas tiras
de colores que hace ondear cuando el semáforo está en rojo y los autos se
detienen. Entonces da vueltas con sus tiras, que se esparcen como mariposas, o
hace girar las bolas en el aire, o los bates, mientras los motorizados aguzan
sus ojos. No todos dan monedas. Sólo algunos. Con lo que gana se marcha al caer
la tarde. En casa la espera su hija, de padre irresponsable que no la ha
reconocido, y la otra indumentaria de su trabajo nocturno: faldas de colores,
polvos de maquillaje y lápiz de color intenso.
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