Para saber de mí has tenido que venir aquí con rabiosas lágrimas y gesto de interminables reproches asomando en tu rostro entreabierto de suficiencia. ¿Acaso será tu celosa e injusta envidia y no rabia la que te ha movido de tu eterno sofá de jefe, para llegar hasta mí?…
-¿No era perdón lo que venías a decir? No era un; lo siento he vuelto a ser el prepotente habitual y malhumorado que saca todo de quicio, ¿lo que deseabas decirme?
-Tan solo vienes para escupirme unas cuantas lágrimas de pena y blandas amenazas de cariño envueltas en el ambiguo discurso de costumbre. ¿Qué temes tanto para concederme el respiro de tu patética disculpa?... Tienes miedo de tú soledad conquistada, – ¿verdad? –
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