Como una suerte de
detective, la observo detenidamente.
Me fijo en sus manos que,
aun con artritis, son delicadas cuando se acaricia el pelo; me
detengo en su sonrisa y en la expresión de sus ojos, y llega hasta
mí su perfume, mezcla de olor a fogones, a goma de borrar, a
detergente y a agua de rosas que resume los veinticinco años que
llevamos juntos.
Vuelvo a la habitación
y me siento ante el folio en blanco. Bah, me dejo de vanas
pretensiones y tacho lentamente el título: “Sobre mi mujer”.
Se quedan cortas las 120
palabras que le iba a dedicar y decido que mi mayor homenaje a ella
serán otros 9.125 días de absoluto respeto y admiración.
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