Corría
mientras la gravilla a mis pies se levantaba. Me salpicaba una ligera llovizna
a la cara y parecía que hiciera un mundo que me estaba pintando los labios para
ir a la cena. Tan solo habían pasado pocos minutos y ni me acordaba de los temas
que había pensado hablar en aquella velada. Tenía tantas ganas.
Mientras me escondía en el casco y me apretaba
bien el cinturón del traje, pensé en cuantas personas no podrían tener ya una
cita, no podrían besar o sentir deseo.
Llegamos
al lugar y tiré con fuerza la manguera a la espera que el agua apagara del todo
aquel incendio. Hoy me había propuesto que todos disfrutáramos de cada bocado.
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