Rasgo mi lira y entono la canción de la hermandad. Quien me
escucha, siente que la verdad escapa de nosotros como el horizonte cuando
intentamos alcanzarlo. ¡Vamos a verla entonces, desde la lejanía!
Las mujeres distinguieron las siluetas quietas dentro de la
niebla, escucharon el murmullo de las voces.
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No
podemos mostrar nuestros afectos.
-
Somos
los fuertes, los valientes. – dijo otra voz.
-
Ellas
serán las dependientes; la pasividad ha de ser su virtud.
Desde las nieblas del pasado trajeron los hombres, dispuesta para
convenirles, la herramienta del poder: la escisión entre emoción y razón. ¿No
son ambas potencias humanas? Huele sospechosamente a ilusión.
Es tan ridículo llamar mujer al ser humano, como llamarlo
hombre.
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