Él al lado de ella, en ese banco que nadie arregla. El sauce
acaricia la sombra, tímido roce de vaqueros. Pulgar en el teclado, un mensaje
de ella: yo te quiero, respóndeme. Él sigue virtualmente jugando.
Desde la habitación de su casa, él la llama, desconsolado.
- No me he dado cuenta cuándo te has marchado, pero he
terminado ya el juego, ¿podemos quedar mañana en el mismo banco?
- No, cariño, sigue jugando.
El sauce no puede soportar las lágrimas. Ya sabemos por qué
sigue llorando.
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