Soledad
se despertó angustiada, palpó la cama y comprobó con alivio que
estaba vacía. Encendió la luz…la habitación era un completo
caos. Necesitaba un trago y de camino a la cocina fue abriendo las
habitaciones de sus hijos: ¡vacías!
Se
empinó la botella de vodka y contempló aquel desorden con
melancólica satisfacción.
“Quedan
solo dos días”-pensó, mientras se miraba al espejo completamente
desnuda- 44 años, cuatro embarazos, un cuerpo aún deseable y un
indeleble rictus de amargura en el rostro… a estas alturas de su
vida estaba viviendo, al fin, la situación más parecida a la
libertad que se sentía capaz de fingir.
-“Tendré
que aprovechar bien mi último día”.
El
domingo volvían “ellos” y debían encontrarlo todo perfecto…como
siempre.
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