Marta vivía en una céntrica oficina bancaria de la ciudad. Aquel día acababa de recoger los cartones que le servían para aislarse del frío mármol del pequeño habitáculo del cajero automático y se dirigía al bar de la esquina, donde cada mañana le obsequiaban con un vaso de leche caliente y un bocadillo.
Marta no tenía nada previsto para ese día, seguramente pasaría el rato hojeando el álbum de fotos en blanco y negro que, como única reliquia, había conservado tras su desahucio.
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