Cuando falleció, Blasa Rijuero echó una solicitud para reencarnarse en hormiga reina. Durante su vida no había hecho otra cosa que servir a su marido, que, desde luego, no le había puesto las cosas nada fáciles. Aun así, sus últimas inquietudes se concentraron en él: “Este Sebas, ¿qué hará ahora sin mí?”.
No hizo nada. Apenas la sobrevivió tres meses; y, siguiendo sus pasos, rellenó la instancia para pasar su vida inmortal en la colonia de su amor.
Cuando la vio en el trono, se le humedecieron los ojos.
–¡Cuánto te he echado de menos, Blasa! ¿Qué hay de comer?
–¡Lo que encuentres por ahí, gandul! ¿No ves que el manicuro me está haciendo las garras mientras pongo un huevo?
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