Siempre me despertaba con un cálido beso en la frente y el perfume que desprendía su cuello me advertía, entre sueños, que ya era hora de despertarse para ir al colegio. Me preparaba el desayuno con todo su cariño y yo, abarrotado de sueño, me hacía el remolón para escuchar sus requerimientos matutinos; -¡Vamos hijo! ¡Que vamos a llegar tarde!- Continuamente se ocupaba de mi puntualidad y de la suya. Cogía su maletín, cargado de expedientes judiciales y caminábamos juntos al colegio cogidos de la mano, mientras yo admiraba su dedicación personal y profesional.
Siempre me despertaba con un cálido beso en la frente y su bigote producía en mí una sensación extraña. Placentera y agitante.
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