El programa transcurría sin novedad con el sabor a café en el paladar de la voz templada por años de oficio. Música y reflexiones leves garabateadas en las servilletas solitarias del bar y la luna llena que ni al pelo. Sólo quince minutos más y para casa, cuando repicó desquiciado el piloto rojo del teléfono, descolgó y sin dilación su propia voz grabada: hola, soy yo, la muda…era para decirte que me voy…y un silencio hasta dónde le llegaban sus oídos.
Esa fue la primera vez en diez años que prestó atención a su mujer. Ahora el mudo es él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario