La silueta redondeada de Ángela permanecía apoyada en la pared lateral de la iglesia con postura involuntaria de muñeca rota, pájaros enloquecidos planeaban sobre los pliegues mortecinos de su cuerpo sin vida.
La plaza se vio invadida por gritos ahogados, muecas de esperpento e incredulidad, pero entre los habitantes bullía la complicidad del testigo silencioso, la culpa del cobarde mudo. Las autoridades se mezclaban con los flases, ley y medios coexistían sin besarse; y mientras, el asesino se movía sigiloso debatiéndose entre el orgullo y la pérdida del poseedor. Sus pupilas heladas acariciaban un titular “La violencia machista se cobra una nueva víctima”. Un único pensamiento ocupaba su mente –Siempre mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario