Cuando, como cada noche, regresa su marido a casa, María se hace la dormida. Pepe abre la puerta de la habitación y la vuelve a cerrar. María escucha como su marido sale a la calle con la bolsa de la basura y lo oye hablar con la vecina, con la que siempre pide sal. Después deja de oír la conversación porque los vecinos de arriba, un matrimonio de ancianos sin hijos, elevan el volumen del televisor. María empieza a llorar. Se empieza a sentir mareada cuando llega a su nariz el olor a pescado que se cuela por el patio de luces desde el ático de doña Leonor, su suegra.
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