Pasaba otra semana y la bolsa de trabajo seguía sin oportunidades.
Era agotador y patético, pero la frustración iba deslizándose suavemente entre sus días, sin prisa, como de quien tiene todo el tiempo del mundo…
Esa mañana, recibió una llamada denegándole otro puesto de trabajo. Esta vez la “excusa” era porque estaba “atada” a un hijo pequeño al que cuidar…
Derrotada, Adela se puso a llorar. Le iba a ser imposible salir del tugurio donde vivían… Nadie podía ayudarle, no era más que otra madre soltera sin recursos.
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