Le encantaba verlo dormir, adoraba el surco que formaban sus labios, disfrutaba tanto de esa paz, que pasaba la noche en vela y cuando los primeros rayos del sol entraban por la ventana, se intercambiaban los papeles y era él, quien tenía su momento de expansión mirándola. Se deshacían en buenos días, entre tostadas de mantequilla y olor a café recién hecho. Luego en la ducha, se desvestían entre miradas fugaces para después vestirse en la habitación con sonrisas cómplices. Para ambos era el mejor momento del día, antes de salir a la calle y tropezarse con la realidad. Él no dejaría a su pareja, ella nunca se lo pediría; la culpa de estar engañando a su mejor amiga la atormentaría para siempre.
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