Cuando cruzó el umbral de la puerta de la cafetería, sintió un escalofrío, como quien está entrando en zona prohibida. Notó que algunos hombres la miraban: ella pensó que la verían insegura; ellos, que era una mujer muy hermosa. Se sentó en una mesa discreta, cerca de la cristalera que daba al parque, y pidió tímidamente un café con leche. Lo paladeó voluptuosamente, como si fuera pecado. Lo dedicó a la memoria de su madre, que nunca entró sola en un bar y que le inculcó a fuego que solo las malas mujeres lo hacían. Pero corría el año 2013 y ya no le debía explicaciones a nadie. La transgresión le salió por un módico euro con veinte.
Muy bueno. Suerte.
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