Nunca dejaba de sorprenderle. Por las mañanas, irradiaba una luz que transmitía fuerza. Por las tardes, tras ocho horas de trabajo, volvía a casa con la mirada cansada, pero firme.
Cantaba cuando tendía la ropa, cuando fregaba, cuando limpiaba la casa y cuando acunaba el sueño de su hijo.
Ella tenía un espíritu invencible, capaz de asumir la terrible enfermedad de un marido que requería de continuos cuidados, capaz de sustentar la familia, capaz de tener el ánimo suficiente para infundir esperanza a los suyos.
Él sabía que aunque nunca dejase de sorprenderle, jamás reuniría el valor suficiente para decirle cuánto la admiraba y con cuánta pasión la amaba, porque ella era, la esposa de su mejor amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario