Se había pasado toda la tarde preparando las dos docenas de empanadillas de pisto que, luego, al anochecer, a los diez minutos de servirlas, desaparecerían en un santiamén, engullidas por el apetito voraz de sus dos hijos y sus cuatro nietos adolescentes. Varias horas de trabajo a cambio de unos minutos de placer gastronómico; pero a la mujer no le importaba. Todo lo contrario. Se sentía dichosa por ello. Pasado mañana, festivo, invitaría a cenar otra vez a sus hijos y a sus nietos y también a las madres de éstos. “Si tengo fuerzas, haré entonces tres docenas de empanadillas”, se dijo la madre septuagenaria sonriendo para sus adentros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario