Hasta el año 33 mi abuela no podía votar -era un ser espiritual y sin raciocinio ponderado-. Más tarde sí se le permitiría, pero pasó a mejor vida sin salir de casa para otra cosa que no fuera comprar viandas o acudir a “misa de ocho” –los varones por su culpa podían pecar de palabra, obra o pensamiento-. A mi madre no le fue mucho mejor cuando a comienzos de los 70 tuvo que pedir autorización a mi padre para ser titular de una cuenta. Por eso hoy he abierto una, aunque sólo tenga telarañas; y después he ido a votar cogiendo la papeleta con los ojos cerrados. Con estos actos en libertad reivindico que siempre fueron personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario