Llegó a mis pies rodando una naranja y levanté la vista para encontrarla llorando sóla, confusa, desconcertada. Su pelo se rizaba como olas de la bahía y su color era claro como esa espuma que queda en las orillas. Y sus lágrimas saladas rodaban por unas suaves mejillas, tiernas y sonrosadas. Sus frágiles manos buscaron un viejo pañuelo entre los pliegues de su vestido floreado y suspiró conforme a su destino.
Recogí una naranja, y luego otra, y un tomate, y una col, y una bolsa de plástico mil veces utilizada. Le tendí la mano, y la miré a los ojos. Y en su cara una sonrisa inmensa:
- ¿Podría usted ayudarme a encontrar mi casa?
- Claro que sí, vamos… Mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario