Yo habitaba en una jaula de oro cuando te conocí en Internet. Nunca me hablaste de amor, sino de arte, pero hacías que me sintiera la protagonista de tu vida, y quedé fascinada.
Te lo hubiera entregado todo, pero tú no parecías interesado en mi cuerpo, sino en mi alma. Me decías: “Llenar el hueco dejado por un hombre con otro significa que no has aprendido la lección”.
Ahora que has desaparecido lo comprendo. Abriste mi jaula no para robarme al que se creía mi dueño, sino para dejarme volar. Nuestro vínculo fue tan efímero como el amor en los tiempos de Internet. Pero he comprendido la lección: la igualdad también es un arte que se aprende.
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