A veces – sólo a veces, cuando no hay nadie que oiga lo que pienso- reniego de mi condición y me doy a la huída. Me imagino pájaro, cometa o cualquier ente con alas: doy unas cuantas vueltas por el cielo y miro de lejos la fragilidad, el entusiasmo, la lágrima fácil y todos esos atributos que poseen algunos como yo. Se reducen entonces las ínfulas de Icaro y la yo fugitiva y asombrada se avergüenza de haber – algunas veces- repudiado su vientre cálido y sus acogedoras curvas. Pide al cielo una segunda oportunidad y desciende al infierno de la vida diaria, para comprobar de nuevo que no hay nada como parecerse, siquiera lejanamente, a la madre que la pariò.
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