Aquella mañana Teo volvía contento a casa. En la escuela, la profesora les había enseñado un nuevo juego: Discutir sin pelear. Consistía en aprender bien unas cuantas reglas sobre las relaciones con los otros y sus diferencias. La primera era sencilla: No se puede empezar una discusión llorando porque llorando se terminará. La segunda parecía lógica: Escucha para saber qué se está diciendo. La tercera era la más difícil de seguir: No siempre tendrás razón.
Pronto vería a su madre y le explicaría aquellas reglas. Podría así discutir todas las veces que quisiera con su padre sin terminar llorando, sin dar portazos antes de terminar la conversación, y sin sentir que era siempre la que perdía. Ya nunca más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario