La mujer exponía su proyecto mientras los dedos de su mano derecha volaban sobre el teclado del ordenador. Con su mano izquierda preparaba el café que servía a los atentos ejecutivos que la escuchaban. A la vez, por el rabillo del ojo izquierdo leía, en su smartphone, los mensajes que la canguro de su hijo le enviaba. Y con el ojo derecho vigilaba al presidente de la compañía, que con esa mirada escéptica de halcón gerifalte, no se perdía detalle. Y todo esto subida a unos tacones de siete centímetros sin perder la sonrisa.
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