Se miró en el espejo. Las manchas en su cuerpo, ocultas bajo las telas condenatorias, marcaban toda una historia: no sólo la suya, sino la de muchas otras mujeres. Hablaban de la fuerza, siempre bruta e irracional. Siempre superior a la inteligencia y la justicia.
Se tocó algo. El dolor, a continuación, hizo que el espejo revelase secretos jamás revelados, gritos jamás oídos, miradas jamás atendidas. Como ella, los insultos habían aflorado salvajemente, acompañados de cadenas y grilletes.
El espejo mostró entonces palabras ensangrentadas: libre albedrío, promiscuidad, liderazgo,… Ninguna de ellas apareció clara; todas ellas difusas y partidas. Y cuando ella probó de tocarlas, el espejo las hundió en la profundidad.
Era el día de la mujer. Un buen día.
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