Una mujer entró un día en una casa de empeños y dijo al dueño:
– Tengo dos hijos que alimentar y solo me queda una cosa por vender: mis ilusiones.
El hombre se apiadó de ella y le pagó algo más de lo que valían, según el catálogo, sus sueños de viajar y su deseo de terminar el bachillerato.
Cuando ella volvió, el prestamista con un guiño significativo preguntó:
– Señora ¿no tiene algo más relevante que vender?
Y ella respondió:
– Sinceramente: si estuviera en mi lugar ¿vendería su dignidad?
– No.
– Esa es la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer: luchar a brazo partido por nuestros principios, aunque la elección sea darle a nuestros hijos un ejemplo o comida.
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