Llegó exhausto del trabajo. Se quitó los tacones, se masajeó los pies, se puso un chándal y cuidadosamente eliminó de su cara el abundante maquillaje. Volvió a salir para recoger a sus hijos de la guardería y pasó el resto de la tarde jugando, ordenando, bañando a los pequeños y dándoles la cena. Les leyó un cuento y los acostó. Al rato, llegó su esposa hablando de lo aburrido que había sido su día y del tedio de irse a tomar un aperitivo con sus clientes. Manuel, tumbado en el sillón, pensaba en lo duro que era travestirse para encontrar un empleo adaptado a sus capacidades, pero, agotado, se durmió, como de costumbre, ante la mirada condescendiente de su mujer.
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