Agachada. Otra vez. Recogiendo los papeles del suelo tirados, a posta, por el incompetente de su jefe.
Sabiendo que por encima de aquél había otros jefes que sí la tomaban en serio.
Muy poco le faltaba a aquel estúpido de reír sus propias ocurrencias sobre el físico de su secretaria, porque su secretaria, ella, tenía ideas propias, coherentes y originales, sobre cómo llevar una empresa.
Y se levantó. Entregando ordenados los informes desparramados. Con humildad. Con generosidad. Con valentía.
Sonriendo.
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