Volvió a leer la carta: "Soy el 90, el que nunca superaste. Cuando necesitas amor, nadie te da amor. Cuando estas al borde del abismo, a nadie le importa. ¿Ahora lo sabes? Me encanta jugar al escondite contigo".
Había llovido y el rio digería un flujo bohemio. Demasiado silencio, demasiado cosmos alrededor. Huérfana de sombras y reflejos en la soledad del atardecer, allí estaba ella, columpiando su mente desde la ventana. Una mujer triunfadora y brillante cara a cara con sus fantasmas…
"Te perdono", se dijo a sí misma, ahogando en lágrimas sus ojos verdes. "De cómplice a cómplice me debes tu éxito, querido 90" susurró, mientras tocaba "Reflection" de Vadim Kiselev.
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