He dejado la tristeza holgazaneando en nuestra cama, me preparo el primer café de la mañana y con él me adentro en las ofertas de trabajo de Internet. Otra taza, bien cargado, me decide a preparar mi currículum ¡Dios santo, veinte años sin trabajar! Los mismos que he compartido contigo, la persona que entre risas me alentaba a quedarme en casa y me prometía que nunca me faltaría de nada, y ahora, ya no estás. Este café me sabe amargo como tu prematura muerta. Un poco de azúcar me alienta hacia un reciclaje profesional, para ello usaré el dinero del seguro y la mísera pensión con la intentan reponerme de tu ausencia.
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