El día de su quincuagésimo cumpleaños, Margarita metió la cabeza en el horno.
-Mamá se ha vuelto loca- le comentó el hijo de Margarita a su padre.
Pero mamá no se había vuelto loca. Lo que pasaba con mamá era que estaba harta de este mundo y quería irse cuanto antes y gratinada.
Todos los días desde hacía veintiséis años había limpiado la casa, alimentado a su familia y atendido sus necesidades. ¿Cuántas veces, en esos veintiséis años, había escuchado una palabra de agradecimiento? Ni una sola.
-Tranquilo, hijo, no irá muy lejos. El horno está estropeado y no pienso arreglárselo.
Pero Margarita arregló el horno ella misma. No necesitó de ningún hombre para abandonar este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario