Como cada mañana estiraba con fuerza la cuerda que sostenía el cubo hundido en el profundo pozo. El mismo cubo, día a día, el mismo dolor de espalda, las mismas sufridas y tiernas manos que con sólo 7 años se ocupaba del agua para la familia. Pero hoy ya no podía más y él lo vio. Alguien gritó "¡maricón, es trabajo de mujeres!". Pero hoy no le importó. Aquella que lloraba de impotencia era su hermana, su compañera, su confidente, su gemela. Y en ese momento, mientras estiraban juntos de la soga, supo que un día conseguirían huir de aquel rincón de África, que buscarían un lugar real o en sus mentes y que serían iguales para siempre.
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