Piruja apoyó la escoba en la pared, colgó el sombrero en el perchero y guardó la manzana envenenada en el estante más alto de la alacena. En el tocador se quitó la verruga y la nariz ganchuda, desenredó su pelo hasta dejarlo brillante, aclaró sus ojos con colirio, se puso el albornoz rosa y entró en la habitación de sus hijos para darles las buenas noches.
—¿Nos lees el cuento de Blancanieves, mami?
La bruja suspiró, resignada. Ni siquiera en casa podía olvidarse del trabajo…
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