Mamá, este sitio no es para ti. Sentada en la butaca reclinable, no iba a molestarse en negar la evidencia. Con una media sonrisa desviaba las preguntas que le hacíamos. No había lugar a reproches, ni siquiera cuando, de forma tosca, nos mandaba volver a nuestras casas, que allí no hacíamos nada. Ese era su último regalo. Como una consecuencia lógica de todos estos años de entrega. Después de criarnos a mi hermano y a mí, deslomándose cada día limpiando unos suelos que no eran el suyo. Todo terminaba aquí, tras una vida sencilla que la había tratado mal. Nos despedimos, y después de darme un beso susurra: cuida de tu hermano. No sabré hacerlo como ELLA.
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