Como cada día desde que eran viejas, las tres mujeres sacaron las sillas plegables y dejaron crecer sus sombras frente al portal tres. Conversaban, como siempre, en un festival de antepretéritos y ojalás, cuando pasó frente a ellas una mujer madura.
- Mírala – dijo una – No para en casa, ¡pobre del marido!, ¡ay!, ¡pobrecitos niños!
- ¡Pero si no tiene! – dijo otra.
- ¡Pobrecita!
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