Agotada, se sentó en el sofá y encendió la televisión sin mucho ánimo.
Todos los días eran prácticamente iguales. Ocho horas de aburrido trabajo en la oficina, volver a casa, lavar la ropa, planchar, hacer la cena…
Para ella, la igualdad entre mujeres y hombres era todavía una verdad a medias.
Quería trabajar y no le quedaba más remedio que contratar a una persona, otra mujer, que por el día ayudaba con las tareas de casa, aunque al llegar aún había cosas por hacer.
Y quizá aquella mujer había dejado a otra a cargo de su hogar e hijos mientras estaba allí, en una especie de cadena en la que, al menos para ella, los hombres todavía se quedaban fuera.
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