CORRESPONSAL
Gloria tomó un avión a Bagdad y yo le prometí que todos los días le enviaría un cuento, como Scherezade al rey de Persia. No lo hice; pero, durante un año, fue mi amiga quien rompió el silencio con unas crónicas a las que su jefe reservaba un par de páginas en la sección internacional. Iban ilustradas con las fotos que ella misma sacaba: mercados en ruinas, cuerpos despedazados, la improbable contorsión de una sombra…
Así fue hasta que un día se asomó a la portada del periódico. Yo le había disparado aquella foto, poco antes de que se marchara. Sonreía por su inminente destino, segura de poder aliviar el dolor con las palabras, y así la recordaremos todos.
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