Se levantó una mañana, como cualquier otra, e hizo las labores del hogar (como dios manda). Levantó a los hijos, se despidió de su amor que marchaba a trabajar, vistió a los pequeños y los llevó al colegio. Luego limpió, planchó, fregó el suelo. Hizo con ademán la compra de la semana y preparó gustosamente el almuerzo. Como cada mañana se paró a reflexionar sobre la fortuna que tenía llevando una casa para adelante (como dios manda). Luego volvió por los niños y esperó a que su pareja llegara para ponerle la comida en la mesa. Por fin llamaron y Javier, sonriente, pudo abrir la puerta.
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