Desahogándome conmigo mismo, me desazona el goteo de los medios de comunicación sobre el maltrato a la mujer como espinitas, que dejan cicatrices en mi corazón.
Me pregunto insistentemente si este goteo cesaría, o al menos aliviaría sus cifras, con la equiparación de derechos y oportunidades de mujer y hombre en todos los ámbitos de la vida, incluido el religioso, ejercidos con responsabilidad y libertad.
Me consuela la idea de que trabajo e igualdad de oportunidades equilibrarían la balanza de justicia y dignidad en ambos sexos. Incluso elevarían la dignidad del varón asumiendo más responsabilidades paternales en el hogar.
Pero mi corazón me dice que a esta mesa le falta la pata principal, el amor con permiso, gracias y perdón.
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