Son palabras de un anciano que repartía alegría.
Como no tenía tareas pendientes, busqué sonrisas para regalar: a María, la primera de la mañana, por la taza de brebaje caliente que me suministra; para Gloria, la doctora, una pequeña e insistente, por sus "buenos días" que ya nadie prodiga; a Brenda, la más hiriente, como las agujas que clava en mi musculatura; a mi hada madrina, Alba, que me saca a la calle todos los días, la más abierta; para las tardes, he guardado una muy especial, te la dedico cuando vienes a verme, me tocas, me acaricias, recordando los caramelos que cogías de mis bolsillos, y los guiños que te hacía para ser cómplice de tus travesuras de niña.
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