Todo pasó en un instante. Se vio a sí misma anticipándose a los deseos de su familia, quitándose el pan de la boca para que sus hijos llegaran a fin de mes. Las nueras elogiando su inmensa vitalidad, la energía que derrochaba a sus sesenta años.
La casa como los chorros, ni una mota de polvo. Ningún rincón de la casa era inaccesible a su disciplina.
Allá iba con la escalera, brocha en mano, a blanquear el altillo donde tendía la ropa, ilusionada con la visita de sus nietos esa misma tarde.
Consciente de que su vida se escapaba como el hilillo de sangre tibia que sentía en su mejilla, sólo acertó a pronunciar: "Sola, me muero sola".
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