Al cerrar los ojos un mundo extraordinario se reveló ante ella. Todo era calma. En este otro lado ya no era una esclava, no sentía ansiedad, ni dolor, ni ataduras. Olvidó la sensación de angustia que había creído parte indisoluble de su vida. Se dejó acariciar por sensaciones que desconocía.
Al volver a abrirlos fue consciente de que tan sólo había transcurrido el tiempo necesario para dar un parpadeo. Y se encontró de nuevo en la cama del hospital, llena de tubos y vías, y recordó porque estaba allí. Entonces, al arrullo del sonido de su propio corazón, durante un instante, quiso cerrarlos de nuevo y abandonarse definitivamente. Sin embargo, heroica, decidió luchar, y juró vencer su miedo para siempre.
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