El dinero solo sirve para comprar la libertad, eso lo sabía Sofía, acostumbrada a recibir tortazos y a dejarse caer a los pies de su pareja, el maltratador que acariciaba sus largas y torneadas piernas, sus firmes senos y besaba sus labios rojos.
Descubrió que la experiencia da el conocimiento y todo lo demás no vale para nada. Sonríe cuando piensa, imagina al hombre gritando una ayuda que no le va a llegar, roto al haberse caído por la escalera, empujado por ella que descubre que a los cuarenta años aún le quedan cosas que hacer, sonrisas que ofrecer y ojos a los que mirar sin miedo y si con esperanzas.
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