Aún descubro la alegría, cuando llego, tras el brillo de cielo que empapa tus ojos, pero enseguida, aparecen las nubes, y es la noche quien te arropa entre sus sombras.
Y descubro que el tiempo se detiene entre tus manos gastadas, donde duermen, y a veces se despiertan alborotados, inviernos de soledad y de tristeza.
Después es el pozo del olvido quien se llena de un rumor de hojas resecas, y el humo, que a borbotones enturbia el ánimo, te empapa de nostalgia hasta hacerte la visión imposible.
Y, con tus ojos casi ciegos, me dejas (aunque sigas conmigo de la mano), para escaparte sola, a rumiar recuerdos del alma, mientras esperas el pálpito final de algún viaje sin retorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario