Hasta ese momento no existía en nuestro mundo mayor complicación que hacer un buen trueque con los cromos repetidos, encontrar las chapas más lisas o mejorar el emboque al gua con una canica.
Fue entonces cuando Teresa brotó en nuestro parque. De grandes ojos verdes que salpicaban de pecas sus pálidas mejillas y finísimos labios que podrían quebrarse al susurro de su voz.
La naturaleza de aquellos sentimientos desconocidos en nuestro interior nos impidió conciliar el sueño y, esa misma noche, el tiempo aceleró hasta dejar atrás nuestros corazones.
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