Él,
tragó saliva, y la sintió bajar por su
garganta como si de esparto se tratase. Miró al cielo, fantaseando con una cuerda por que la
subir y escaparse. Paseó el dorso de la mano por su frente, para impedir que el
sudor le llenase los párpados, y así, no se mezclase con las lágrimas de las
viejas eras. Buscó esa mirada inevitable.
Ella,
estaba al otro lado de sus ojos, tras
siglos de desentendimiento y miedos, y se materializó, por fin, como el gemelo larguero
natural, que en paralelo a él, impávidamente, sostendría cada travesaño de la
escalera, la misma que, paso a paso, les alcanzaba sus sueños, alejándoles de
la oscuridad.
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